La contaminación podría estar vinculada con el Alzheimer
Un grupo de investigadores mexicanos y británicos de las universidades de Oxford, Lancaster y Manchester han descubierto niveles alarmantemente altos de nanopartículas de magnetita en cerebros de 37 personas de Ciudad de México y de Manchester que padecían la enfermedad de Alzheimer. Son millones de nanopartículas por gramo de materia cerebral, explica la revista ‘Science’.
Se trata de un mineral de hierro tóxico con un magnetismo muy fuerte que está vinculado con el trastorno de la función celular normal y la producción de radicales libres asociados con la enfermedad de Alzheimer.
En estudios anteriores se habían detectado en varios cerebros humanos partículas de este elemento, si bien fueron generadas biológicamente en el interior del organismo. Sin embargo, este nuevo estudio ha hallado partículas que provienen de la polución del aire. Ambos tipos son fáciles para distinguir, ya que las partículas de magnetita ‘naturales’ tienen formas rectilíneas, mientras las segundas presentan forma de bolas.
En particular, pudieron formarse en condiciones de temperaturas extremas dentro de motores de coches, sugiriendo el estudio que entraron directamente al cerebro a través del nervio olfativo al ser inhalados gases de escape. Además de la magnetita, en los cerebros afectados han sido halladas partículas de metales como platino, níquel y cobalto que nunca se producen de forma ‘natural’.
“Nuestra investigación indica que las nanopartículas de magnetita en la atmósfera pueden entrar en los cerebros humanos, donde pueden entrañar riesgo para la salud humana, incluidas condiciones vinculadas con el Alzheimer”, explicó al diario británico ‘The Telegraph’ Barbara Maher, que lideró el estudio. “El descubrimiento de que las nanoparticulas de magnetita generadas industrialmente pueden entrar en tejidos cerebrales es alarmante”, comenta el estudio otro científico, Joseph Kirschvink.
Los investigadores saben que las causas de las enfermedades neurodegenerativas como Alzheimer radican en placas seniles del cerebro que impiden la comunicación entre las células cerebrales, pero aún no se sabe por qué aparecen estas placas. A ello se une el hecho de que hasta ahora no se tenían pruebas suficientes de que las partículas de polución aérea podían alcanzar el cerebro.